02 junio 2010

Era...

Era, precisamente después de la estación de las lluvias. Durante semanas y semanas, el agua había tamborileado sobre mi techumbre. No venia nadie, ningún europeo; yo pasaba el día entero sentado en mi casa, entre mis mujeres amarillas y mi botella de whisky. Me hallaba en aquel momento completamente deprimido; tenía en el corazón la mortal nostalgia de Europa; cuando leía una novela en que se hablaba de calles iluminadas y mujeres blancas, mis dedos temblaban. No puedo describir exactamente ese estado; una especie de enfermedad de trópicos, una nostalgia furiosa, febril y, sin embargo deprimente, agotadora, que, de tanto en tanto, se apodera de uno. Así creo recordar que me hablaba aquel día, inclinado sobre un atlas y soñando viajes, cuando he aquí que, de pronto, llaman a la puerta. Mi chico y una de las mujeres están fuera, los dos con los ojos agrandados por la sorpresa. Empiezan hacer grandes aspavientos; ante ellos esta una señorita, una mujer blanca…

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