20 junio 2013

flu

Había una vez ¿Un qué? Un nada. Entonces como no había nada, yo temía a quedarme sin amigos, eran esos días más largos y aburridos en la escuela. Me quedaba callada y miraba la pizarra con un montón de números, me parecían insignificantes porque las matemáticas son para mí un desahogo del alma. Anotaba en mi libreta la división con tres cifras, recogía el cabello hacía un lado, me acomodaba los lentes y al mismo tiempo me limpiaba la nariz con la mano, mi mamá siempre me ha regañado por eso, pero a mí no me importa, tanto tiempo estar mirando la libreta me salía agüita de la nariz. Entonces me concentraba y me ponía hacer la operación, no tardaba tanto y luego me aburría otra vez. No quería levantar la mano para anunciar que ya había terminado, me daba pena hacerlo, no quería que me vieran como el bicho más raro del salón y la nerd porque me gustan las mates. Poco me importa cuando toman mi lápiz o una pluma, pero que me digan que soy una matada en la escuela, me molesta mucho.
Uso falda a cuadros verdes, medias blancas o verde según la ocasión, chaleco beige o mugre cuando no lo lavo, zapatos ortopédicos color negro y una mochila grande con una brújula por si me pierdo en el desierto. Para empezar los zapatos ortopédicos son horribles, los uso porque tengo problemas en mis rodillas, chocan entre sí. Mi cabello con rizos a la altura del hombro figura de una niña desarreglada, los lentes me hacen ver más niña, menos popular que los demás.Lo mejor es la hora del desayuno, me voy a un árbol que está en el patio exclusivo para los profesores, pero ellos no lo usan, alrededor del tronco tiene una mesa de concreto, le queda como falda, los árboles sueltan unos conitos amarillos, me los pongo en la punta de la nariz y me siento pinocho diciendo mentiras a pepe el grillo. Me como mi sándwich de salchicha y un jugo de manzana. Nadie me molesta. Me gusta acostarme en la mesita y ver como se mueven las hojas y escuchar el sonido del aire, creo que es cuando me olvido de la escuela. Pero cuando suena el timbre de entrada a clase, siento que cae una piedra en mi cabeza y me descalabra, me hiere el corazón no sé por qué, es un nudo que me aprieta el pecho y me da miedo incondicional. Estar ahí dentro es cómo posicionarme en medio del océano y no ver nada más que azul, mi cuerpo revolotea pero nadie le hace caso.
Veo a los lados y todos ríen mientras el profesor no está. Las niñas guapas pero que tienen mala fama, hacen un círculo y se ponen a criticar a los niños, otras presumen que sus papás les obsequian todo, otras se preguntan por qué esas niñas lo tienen todo, otros solo merodean por el salón para ver que se pueden robar, otros les gusta molestar y otros como yo, evitan los problemas que se ocasionen cuando el profesor regrese y vea que están fuera de su lugar.

Mi mamá se llama Gabrielle, tiene 39 años y mide aproximadamente 1.63 cm es pelirroja con mejillas chapeadas y cabello rizado, de vez en cuando la acompaño a correr cuando no tengo mucha tarea, a ella le gusta dice que se siente protegida conmigo a su lado; trabaja en una oficina con el Señor Mario Malta, ese hombre tiene el ceño fruncido todo el tiempo y con dotes de atraer a las mujeres jóvenes, él es divorciado, su esposa lo descubrió con otra mujer en la cama.
Dos veces ha cenado en nuestra casa, la primera fue el 24 de diciembre, mi mamá no quería que se quedara solo en su casa comiendo pizza mientras veía la tv, entonces vino y trajo el postre, que por cierto estaba muy rico, platicaron del trabajo y de sus viajes extravagantes, la segunda vez fue en mi cumpleaños número 14, eso pasó este mismo año, invité a tres amigas que tenía cuando estaba en la primaria pero solo fue una, estuvo mi abuela con sus amigos, mis padres y el señor Mario Malta. No hubo globos ni gorritos de colores, pero si un grande pastel con capas de fresa y chocolate...



.... Lorena Ramez