Los periódicos, Lorena, son los libros de los pobres. – Me decía- yo tengo muchos guardados y los vuelvo a leer para que no se me olvide lo que aprendí. Y no es que no me gusten los libros Lorena, de verdad, yo sé que son muy buenos de leer… y me pongo a mirar los aparadores de las librerías… ¡Qué pastas más re-chulas tiene! ¿Y sabes? No falta que pongan algún libro abierto y entonces leo esas dos hojas por detrás del vidrio del aparador. Muy al principio como que no le entendía mucho, pero de todos modos iba mirando las palabras, porque es bueno saber cómo deben escribirse… Ahora, entre más leo, mas le voy entendiendo y por eso, siempre me doy mis vueltas para ver si ya le voltearon la hoja. Pero oiga usted, ¡qué caros son! Un día me animé a entrar y pregunté por uno que se llama María Antonieta, esa dizque reina que le cortaron la cabeza. La vi en el cine y unos que estaban detrás, dijeron que estaba mejor en el libro. Por eso entré a preguntar, primero me pusieron tamaña carota y después me dijeron que costaba veintiocho pesos. Me salí todo escurrido y me quede con las ganas, figúrate Lorena ¿De dónde voy a sacar ese dinero yo?
Los libros son cosa cara Lore, y está bien, por el mucho trabajo que ha de dar hacerlos. Por eso yo leo en los periódicos, claro, no es igual, pero algo se aprende.
Terminó de hablar y se acomodó para empujar su carrito. Ya habría la boca para vocear los raspados, cuando vio el billete de cincuenta pesos que yo le alargaba. No Lorena eso si que no.
Yo estoy dispuesta a darle $50, todo el billete es suyo quiero regalarle a María Antonieta. Con los ojos llorosos me dio las gracias y después lo vi entrar a esa librería del centro. Jamás volví a verlo.
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