17 octubre 2010

No hablaré de ellos, de mis espectros familiares e íntimos. Hablaré de otro que también se me apareció el otro año, a tres siglos de distancia, y que se hundió en mí, como si lo hubiese conocido, viva sustancia, criaturas de carne visible que deben tocarse los ojos y manos para estar seguro que ha existido en las condiciones de esta vida maldita, donde los cuerpos no son transparentes y donde los seres que mas hemos amado no reciben de nosotros sino el ahogo de nuestros sueños y deben eternamente permanecer en nuestros corazones como un misterio de duda, lamento y desesperación.
Me temo que este espectro vaya a sumarse al oscuro cortejo de los que me abandonan. Esta misteriosa historia se desarrollo en la tierra menos propicia para ella y donde ciertamente era necesario esconderla mejor. ¡Y quedó escondida!... y ayer, ahora, a pesar del esfuerzo, no se le llega a entender a fondo. Imposible conocerla en su mas recóndita realidad, sólo alumbrada por el destello del hachazo que la abre y cierra. Esta historia fue la de una felicidad tan culpable que el pensamiento se espanta… y se encanta con esa fascinación inquietante y peligrosa que hace sentir culpable al alma que la siente como si fuera cómplice de un crimen quizá – quién sabe- envidiosamente compartido.

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